HECHOS EN LA MEMORIA
Fernando Aínsa

I El semanario (1963–1964)

Cuando Margarita Michelini tomó contacto conmigo el pasado 7 de julio para invitarme a recordar mi participación en el semanario y el diario Hechos, no podía imaginar como desencadenaría en mi una tal avalancha de recuerdos donde, transcurridos cincuenta y tres años desde aquel 23 de julio de 1963 en que se publicó el primer número del semanario, mi memoria confundía fechas y olvidaba nombres. Sin embargo, acepté de inmediato la apasionante propuesta. Desde ese día, he tenido que ir poniendo orden en mi pasado, intentando reconstruir lo que fue un período de intensa actividad (tenía entonces 26 años), fundamental en mi formación como periodista e intelectual, época generadora de sólidas amistades y profundas convicciones. Las páginas que siguen son el  resultado de haber escarbado en ese período fundamental de mi vida, para el cual —sin saberlo— ha jugado un papel esencial mi madre.

En 1963, yo vivía en Montevideo con mi padre. Mi madre, divorciada, había regresado a su patria, Francia, y residía en Aix–en–Provence. Yo le mandaba por correo, cada dos o tres semanas el semanario Hechos y luego páginas del diario con mis artículos. Le marcaba en rojo tanto los que firmaba como los que no firmaba. Años después, cercana su muerte, al visitarla en Aíx me invitó a bajar al sótano de su casa y me señaló un baúl de metal y me dijo : “Llévatelo, todo lo que contiene es tuyo”. Allí estaba la colección completa del semanario que redescubrí con alegría, números de la revista Reporter con la que había colaborado activamente en años anteriores  y páginas del diario Época donde escribiría tras el cierre del diario Hechos. Me traje el baúl a Oliete, en Teruel, donde tengo una casa biblioteca en la que leo, escribo y ahora pergeño estas líneas bajo un laurel en el porche, la colección del semanario a mi lado.

Cultura y buen periodismo

Lo primero que viene a mi memoria es la atmósfera de camaradería que siempre reinó en la redacción del semanario y, luego, del diario. Se preparaba café, se tomaba mate, se comían milanesas a caballo con aceitosas papas fritas, regadas con botellas de cerveza Doble Uruguaya o Patricia pedidas a un bar vecino y se fumaba sin prohibición. Había buen humor y se cruzaban bromas y anécdotas del momento. Se discutía con vehemente pasión la realidad política: la guerra fría con su particular incidencia en América Latina y la del Uruguay, gobernado por el partido Nacional, sufriendo los embates de la inflación y la presión del Fondo Monetario Internacional. Una cordial atmósfera que se prolongaba en las reuniones de redacción en la sede del semanario en la céntrica calle Colonia 1159 y un par de años después en la del diario,  en la calle Ciudadela.

La dirección compartida de Zelmar y Renán Rodríguez, feliz equilibrio entre el  dinámico entusiasmo de Zelmar y la ponderada serenidad del senador Renán, contribuyeron a que el semanario se ganara desde el principio el respeto del público. En esas reuniones semanales se decidían artículos, artículos y noticias políticas, donde Zelmar garantizaba su buen desarrollo. Completaban el quipo editorial el adusto Aquiles Lanza, el entrañable Hugo Batalla y Alfredo Massa con quién colaboré años después en  el Ministerio de Industria y Comercio.

Zelmar sabía escuchar y decidía rápidamente, zanjando cualquier dificultad con un sentido envidiable de la justicia. Transcurrido el tiempo, fui valorando su ecuanimidad y su agudeza política. Eran los años de la 99, batllismo progresista con el que me sentí identificado, que supuso en el clima político de la época una renovada visión del país y sus problemas con un profundo sentido social.

Recuerdo con inevitable nostalgia esas reuniones de redacción donde se decidían artículos, editoriales y noticias política y los titulares del semanario caracterizados por su ingenio e ironía: “Pesca: las redes de un problema”; “La escuela pública se viene abajo”; “El azúcar juega a las escondidas”; “Alianza para después del progreso”; “Cuando la proscripción era ‘cosa de locos´); “Desocupación. Ocio forzoso de 160 mil uruguayos”; el irónico titular de un artículo sobre “cantegriles”: “¿Será este su alquiler?”; “¿No hay quién diga NO al FMI?”; “Las  vacas son ajenas…y pocas”; “La memoria es flaca cuando el interés es gordo”; “El dinero se hace humo”…

En la elección del equipo de redactores, Zelmar quiso que el semanario fuera algo más que el órgano de la Lista 99. No quería que fuera una simple “hoja parroquial partidaria”, sino un semanario con notas y crónicas de actualidad, exhaustivos análisis sobre problemas nacionales y un ejemplar contenido cultural. Lector, por no decir “devorador de libros” según confesara el librero Maestro, quiso que el  semanario fuera un referente en un medio exigente como el Montevideo de entonces, donde Marcha era el paradigma. De allí que reuniera las firmas de reconocidos críticos como Emir Rodríguez Monegal y Homero Alsina Thevenet, Manuel Martínez Carril (fundador de Cinemateca). En el primer número Emir consagró un largo artículo a El paredón, polémica novela de Carlos Martínez Moreno donde contraponía el civilismo democrático uruguayo a la flamante revolución cubana. Cada semana el crítico representativo de la generación del 45 escribiría sobre Lawrence de Arabia, Roberto de las Carreras,  Maurice Chevalier, el caso Profumo, Liber Falco, “la revolución del negro norteamericano”, el mundo del gaucho, “muchas novelas, pocos novelistas”, los best-sellers uruguayos, “Fellini se psicoanaliza”, el mundo de Juan José Morosoli, Edith Piaf, Giorgios Seferis, mientras Alsina comentaba estrenos y anunciaba próximas películas con su reconocida erudición.

El popular caricaturista Leopoldo Novoa, que firmaba “Lázaro” en el diario Acción, pasó a la redacción de Hechos, secundado poco después por Alberto Monteagudo en páginas de humor de las que nunca prescindió el semanario. César Di Candia como redactor responsable aseguró el rigor profesional de un periodismo novedoso en el Uruguay —que había inaugurado con éxito Carlos María Gutiérrez— y que prolongaría después en el diario Hechos del que fue director. A este equipo inicial se sumarían sucesivamente Gustavo Adolfo Ruegger (en una sección titulada “Teletemas”), Pablo Mañé Garzón, el joven escritor Gley Eyherabide y el comentarista de fútbol Jorge Bazzani. Preocupado por los problemas del campo y la realidad del mundo rural, Zelmar integró desde el primer número para dirigir la sección Agrarias al prestigioso experto, ingeniero Esteban Campal.

Una tribuna al servicio de soluciones populares

En sus “Primeras palabras” el semanario se presentó como una tribuna que “estará permanentemente —sin demagogia pero sin desfallecimiento ni compromisos— en la defensa de las soluciones populares y en la lucha contra el privilegio, contra la propiedad ­­­­­­­­­­antisocial­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­, contra la acumulación excesiva de riqueza”. Hechos—se añadía—  “bregará también por la recuperación moral, tan necesaria para el progreso y desarrollo del país” que debería comenzar por “los partidos políticos y sus dirigentes”. Esas “primeras palabras” reconocían que “el país está enfermo de escepticismo, de desconfianza, de falta de fe en sus valores más representativos”. Se trataba de “recuperar esa confianza” con un lenguaje de paz, pero sin mordazas, sin “agravios para nadie”, pero sin sumisión ni condescendencia.

Este primer mensaje de Hechos fue bien acogido, aunque algunos, según reflejó la sección de “correspondencia de los lectores” —que el semanario favoreció con una o dos páginas semanales y cuyo detallado estudio revelaría el estado de la opinión pública de entonces— se quejaron de “falta de combatividad y denuncia de sus páginas”, a lo que la redacción respondió: “Lamentablemente, si esperaba encontrar agravios e insultos se verá defraudado también en los números siguientes”. Esa línea de ponderado equilibrio se mantuvo en toda la trayectoria del semanario y se prolongaría en el diario.

Desde su primer número Hechos estuvo atento a la problemática social del Uruguay. “La difícil batalla de todos los días” fue el diagnóstico con que César Di Candia analizó el creciente aumento del costo de vida y las dificultades de una castigada clase media y de los numerosos desocupados que había en el país. En números sucesivos se analizaron los problemas de la escuela pública, el costo de la leche (“Cada seis meses un hervor”, titulé un exhaustivo reportaje sobre el tema seguido de “El lujo de tomar leche”), la escasez del azúcar (“el azúcar juega a las escondidas”), el endémico drama del latifundio (“Mucha tierra, pocos dueños”), la desocupación y, gracias a un artículo premonitorio de Manuel Martínez Carril (“El Uruguay empieza a emigrar”) se habló de un problema que sería candente en años ulteriores. César Di Candia adelantó en varios reportajes su condición de esclarecido investigador que ratificaría en en Búsqueda y El País. He releído ahora para esta “memoria” su excelente semblanza de Julio César Grauert, asesinado por la dictadura de Terra el 26  de octubre de 1933, publicada en el semanario.

El informe del CIDE que abordaba por primera vez muchos de los problemas del Uruguay fue fuente de inspiración para muchos artículos. Sus datos eran de ineludible referencia y los tres tomos del informe estaban para su consulta en la mesa de la redacción junto a diccionarios y alguna enciclopedia. Artículos como “La escuela se viene abajo” fueron directamente extraídos de sus páginas.

El asesinato de Kennedy

En el semanario escribí fundamentalmente artículos de política internacional. Iban firmados; otros aparecían sin firma y algunos con mis iniciales “FA”. Gracias a las marcas que ponía a los envíos a mi madre he recuperado los sin firma, que de otro modo habría olvidado. Los problemas de la segregación en Estados Unidos, los esfuerzos del presidente Kennedy por superarlos, la guerra fría, el nacionalismo de De Gaulle, el tratado de Moscú para la no proliferación de armas nucleares; la dictadura de Duvalier en Haití; la guerra de Viet-Nam (“Detrás de la antorcha humana”); los reclamos para la proscripción de armas nucleares de Bertrand Russell; las pruebas nucleares de Francia en Polinesia (“Un paraíso que puede convertirse en infierno”); Las bases militares de Estados Unidos en España; las difíciles relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica (“Cuando ‘el vino es agrio”).

Un particular momento de mi trabajo en Hechos lo viví el 22 de noviembre de 1963, cuando el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas. Zelmar me llamó por teléfono temprano, apenas se divulgó la noticia, y me dijo: “Deja todo lo que tengas entre manos. Quiero un gran artículo sobre Kennedy”. Dicho y hecho. Me encerré en mi casa durante dos días y escribí (creo) uno de mis mejores artículos en el semanario. No había en esa época ninguna de las facilidades actuales que tiene un periodista (Internet, Google; computadoras.…) y me las arreglé con el teléfono, la radio, los diarios, mi archivo personal ya que había seguido desde el inicio la gestión de Kennedy que Michelini, me constaba, admiraba. Fueron tres páginas del semanario y recibí con un fuerte abrazo sus felicitaciones.

Problemas nacionales como la producción lechera (“La leche: cada seis meses un hervor”; “El lujo de tomar leche”); financieros (“Que es el oro amonedado”); “Tuberculosis: un mal que reaparece”; “¿Por qué no se paga a los jubilados?”; “Desocupación: ocio forzó de 160 mil uruguayos”; “Ancap y el alcohol industrial”; “Llega un censo demorado”, el escándalo de la aduana, problemas de la enseñanza primaria  y algunos sobre proyectos de la 99 como el de la salud para 15 mil municipales presentado por el edil Nelson Alonso. No hubo número donde no publicara uno o más artículos.

            Escribí también numerosas entrevistas, género en el que me había especializado en Reporter donde alimenté la sección “Gente”. Entre otras a líderes sindicales como José D’Elía y Juan Antonio Iglesias. Curiosamente, al entrevistar al dirigente sindical Héctor Rodríguez (número 9) no imaginaba que sería luego compañero de redacción del diario Hechos donde Zelmar le propuso dirigir la página sindical a la que dio gran relevancia. Allí llegaría un joven de Casupá como su asistente, haciendo sus primeras armas en periodismo. Era Danilo Arbilla, luego profesionalizado, pero guardando siempre una profunda lealtad en las horas difíciles de la dictadura con quién fuera su maestro, a la sazón perseguido y encarcelado.

Reconozco ahora, a la sombra del laurel de mi casa en Oliete, que el semanario Hechos fue para mi una experiencia vital y profesional intensa que ha reavivado Margarita Michelini con su amable solicitud. Escribir estas páginas ha sido un placer que, ojalá, sea capaz de transmitir a lectores más jóvenes que quieran acercarse a un Uruguay definitivamente ido, pero único, al menos en mi memoria.

El diario Hechos, la aventura de lo cotidiano

La experiencia del diario sería otra, de una naturaleza diferente que evocaré en una próxima ocasión. La redacción y el taller donde se imprimía estaba en el viejo edificio de El bien público, diario católico que había dejado de publicarse en 1963, situado en la calle Ciudadela y Cerrito, donde Zelmar convocó nuevamente a lo mejor del periodismo nacional alrededor de su ideario y recuperó a varios redactores del semanario. La rotativa alemana desgastada, con frecuentes averías que reparaba como podía un mecánico encaramado en sus engranajes con un manual en la mano, impedía muchas veces que el diario vespertino saliera impreso a tiempo para su distribución. La lentitud del proceso obligaba a la redacción a empezar a trabajar muy temprano —las siete de la  mañana a lo máximo— madrugones cotidianos atenuados con mate y café que emprendíamos Luis H.Vignolo, César Di Candia, Alberto Carbone, Yamandú Fau y yo mismo. Luego iban llegando los redactores de espectáculos Carlos Pignataro, Mario Jacob, los de sindicales (Héctor Rodríguez y Danilo Arbilla), los “noteros” Federico Ferber, Guillermo Chifflet, Iván Kmaid, Danubio Torres Fierro, Gabriel Saad, Gley Eyherabide y William Puente, los de deportes, Jorge Bazzani y Franklin Morales y, siempre retrasado, Agustín Rodríguez Larreta, redactor de hípicas, sección a la que Zelmar daba importancia. Ese par de años en el diario, donde fui sub-secretario de redacción y dirigí una página literaria semanal —“Con la tinta fresca”— está jalonado de anécdotas y recuerdos que he  reflejado en algunos de mis relatos (“La memoria perdida de Agustín”, Naufragios del mar del Sur, 2012). Quedan otros por rememorar. Es esta una deuda pendiente que espero saldar pronto.

 

Oliete, domingo 28 de agosto de 2016

 

 

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