De su época de escolar el escritor Milton Schinca, compañero de escuela recordaba en el semanario Las Bases – mayo de 1985:

«Ingresé en 1934 a la Escuela República Argentina que funcionaba en el mismo poco agraciado local de hoy , en la esquina de Colonia y Cuareim. La dirigía una mujer adusta y admirable, cálida aunque no se empeñara en exteriorisarlo, y que adoraba a Zelmar, Débora Vitale D´Amico   

Esto de adorar a Zelmar no le era absolutamente privativo, Zelmar era el ídolo y el lujo de toda la escuela. Lo comprobé al día siguiente de pisar las baldosas del patio del recreo. Zelmar no estaba en mi clase -él en cuarto y yo en tercero-, pero era imposible no distinguirlo desde el primer momento de entre el montón. En los juegos, en la fila, en el borbollón de la entrada o la salida, no se demoraba en descubrir su melena anárquica, sus ojos de un desmesurado azul, siempre fulgente. Inquieto, galvanizado por una vivacidad comunicativa y entradora, compraba a todo el mundo con su sonrisa traviesa, franca, o bien a veces -aunque sólo a ramalazos- burlona e intencionada.

Aunque excelente alumno, nada más alejado que él de las tristezas y sordideces del «traga».

Habría que decir que poseía una inteligencia inundada de alegría, o una manera jubilosa de ser inteligente. Supongo que Zelmar era consciente desde niño de su carisma y talento fuera de lo común, pero nunca se lo infatuó. Era sencillo y llano en su trato. Dominaba como el mejor canillita la jerga, las zafadurías y el desenfado del chiquilín de la calle, sin dejar delatar ni una vez el origen culto de su familia.

Como es de cajón era el ídolo de sus compañeros, desde primero a sexto, pero sobre todo de sus compañeras. A cualquiera de nosotros nos parecía incuestionable que era un niño llamado a triunfar en no importaba qué, jamás se nos pasó por la cabeza que aquel chiquilín – destello hubiera sido elegido en cambio para el martirio.

En cuanta celebración patria, lo veíamos encaramarse en el estrado para recitar los versos de ocasión, y era indefectiblemente, el que se ganaba aplausos y aclamaciones….»