En Ni muerte ni derrota, César di Candia se interna en la evocación de la vida personal de Zelmar Michelini, mientras que Sabotaje a la verdad, de Florencia Melgar, centra el punto de vista en la actuación de la comisión parlamentaria que intentó arrojar luz sobre su asesinato y el de Héctor Gutiérrez Ruíz.

 

La mirada de los otros. Amigos de infancia, familiares, periodistas, compañeros de militancia y de exilio constituyen la voz colectiva con la que di Candia construye un sensible y conmovedor retrato de Michelini. A la manera de un álbum fotográfico, la memoria de casi cincuenta entrevistados guía al lector en la travesía. Ellos evocan al escolar locuaz pero circunspecto, al hermano protector, al universitario de poderosa inteligencia, al militante estudiantil y gremial, al novio pudoroso y al apasionado «burrero», al padre exigente y al imbatible polemista, al brillante parlamentario y al voraz lector, al dirigente que rompe con su partido para fundar el Frente Amplio y al desterrado.

Como fondo, tiñendo el recuerdo de los entrevistados, se hace presente y crece la historia del Uruguay. El pasaje desde el pacífico país donde la negociación política y la convivencia social parecían posibles al escenario de la violencia y la represión de los años previos al golpe de Estado. Después, se lee el derrumbe institucional y el obligado exilio del protagonista.

Un anexo documental incluye fragmentos de la nutrida correspondencia con Louise Popkins, ciudadana estadounidense que tuvo un papel decisivo en la proyección internacional de las denuncias lanzadas por Michelini en Buenos Aires. Más de cuarenta cartas testimonian la estremecedora peripecia política, familiar y personal de su último año de vida. En ellas habla del compromiso en la lucha contra la dictadura, del esfuerzo por sobrevivir como periodista y, de manera obsesiva, vuelve una y otra vez sobre el dolor que le desgarra el alma: el ensañamiento con que los militares uruguayos se vengaban de su acción política en el cuerpo de Elisa, su hija presa y torturada. El hombre público, de tenacidad y fe inquebrantables, deja paso al padre desesperado: «Sabes cuánto me inquieta toda su situación mucho más que mis problemas. Comprenderás mi estado de ánimo. Ya no doy más. A veces tengo ganas de bajar los brazos. Y basta, que al final de todo ganen ellos». El apéndice también contiene una hermosa carta a Elisa, que inexplicablemente sorteó la censura, en la que la acerca a su vida cotidiana, le habla de política, de literatura y le infunde ánimo: «Sólo te pido que seas fuerte -sé que lo eres- y que recuerdes que todo pasa y todo llega, también la hora de estar juntos».

A pesar de haber sido amigo y compañero de Michelini, di Candia elige en Ni muerte ni derrota el discreto sitio del compilador. Con agudeza y trazo fino enlaza las voces de los entrevistados. Su oficio recuerda aquí al arte del montaje cinematográfico. De éste el libro tiene el ritmo, la cadencia, la fuerza de las imágenes y la progresión dramática.

Virginia Martínez Diario El País 26 de octubre de 2006

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